Desde hace ya años mis sentimientos y mi vida están en segundo lugar, lo principal es levantar el taller, el camino elegido, toda yo pertenezco al taller tanto como el taller me pertenece a mi. El resto de cosas que no sean trabajo han dejado de importar. Tanto tiempo llevo así, que parece que ahora ya no recuerdo lo que se tiene que sentir. Poco a poco he ido notando que ya no me río, no lloro, no siento. Sobrevivo en una bola de estrés e incertidumbre que me mantiene alerta día tras día. El agotamiento comienza a hacer mella y el tiempo pasa muy rápido y muy despacio a la vez. Cuando lo único que esperas es que el tiempo pase, que llegue el momento en el que puedas ver el fruto de tanto esfuerzo, el tiempo caprichoso parece no avanzar, día tras día todos ellos son iguales, no hay momento entre todo para tener sentimientos personales.
Y entonces llegas tú y me escribes un mensaje...
Y entonces recuerdo lo que en otra época fue mi vida, en quien era yo en ese momento y, por supuesto, a realizar una profunda comparativa con la vida que tengo ahora. Han pasado los años desde aquel episodio de nuestras vidas y son muchas las cosas que echo en falta, y entonces no puedo evitar pensar en ti, en quien fuiste y en pensar como será la persona en la que te has convertido. Tengo muy claro lo que sentía por ti, pero estoy muy confusa con lo que he de sentir con tu regreso.
Por lo visto me cambia la cara cuando leo uno de tus mensajes, cuando hablamos por teléfono es como si no hubiera pasado ni un solo día desde que nuestros caminos se separaran, se me escapan las palabras que en aquella época tantas veces te dije, tan normal le resulta a mi boca decirlas que ahora no puede evitarlas; pero luego pasan los días, enfrío la cabeza y veo la realidad. Pero la vaga esperanza me mantiene en vilo.
Así es la vida que me ha tocado, cultivar la paciencia parece mi sino. Y en ocasiones me pregunto si después de tanto esfuerzo ¿Llegará algo bueno para mi?


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